La envidia como afecto y sus relaciones con lo femenino-masculino. - Marita Sánchez Grillo

TRABAJOS LIBRES



La envidia como afecto y sus relaciones con lo femenino-masculino

Marita Sánchez Grillo
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                  En el momento actual, el problema desborda el campo de la sexualidad femenina y se centra en torno de lo femenino considerado en su doble referencia al hombre y a la mujer. Englobado aquí en el vasto tema de la bisexualidad, lo femenino presenta suficientes singularidades como para ser examinado aparte o, quizás mejor, como para recentrar desde ello la cuestión de la bisexualidad. (Green, André. “¿Y la mujer?” En las Cadenas de Eros”).
 
                     “He propuesto considerar el Edipo desde un ángulo diferente del de Freud. Cuando se consideran las relaciones triangulares padre-madre-hijo, no se puede dejar de apuntar que la madre es la única componente del triángulo que tiene una relación carnal con los otros dos…Tenemos aquí uno de los elementos más capitales del conflicto fundamental de la sexualidad femenina, que da pie a la rivalidad entre los otros dos partenaires… En este estadio, el caso de la niña no es diferente del caso del niño en su oposición al padre como objeto sexual. Green, André, “La sexualidad materna”. En Las cadenas de Eros, 1997)



I- Introducción    

El tema de esta presentación es la consideración de la envidia como afecto, es decir, como movimiento, manifestación de lo pulsional (representante-afecto), dirigida a los objetos de amor (representantes –meta de la pulsión), tanto en hombres como en mujeres.

Concepto caro al Psicoanálisis, controvertido y central en el abordaje de la bisexualidad humana: en Freud referida a la sexualidad femenina como envidia de pene y como correlato de la angustia de castración; en   M. Klein, concepto extensivo a ambos sexos, a partir de la equivalencia del pene con el pecho materno en la etapa oral y al interior fecundo de la madre tanto en la anal como en la fálico uretral.

En otro tiempo y lugar[1] me he abocado especialmente a la consideración de lo femenino en el varón, ideas que subyacen a este planteo, alguna de las cuáles sintéticamente enunciaré más adelante.

La apuesta en esta presentación apunta a considerar a la envidia como un afecto en el sentido de un representante psíquico de la pulsión (Green 1997), que desempeña un papel primordial en el origen y la dinámica del Complejo de Edipo, tanto en niñas como en varones. Su status teórico sería entonces análogo al de la angustia de castración.

En síntesis, el objetivo es centrarme en aquello que convierte a la trama del Complejo de Edipo en sus dos vertientes, dominante y recesiva (positivo y negativa) en un “discurso viviente”, animado por el afecto o, lo que sería quizás más indicado, animado por ambos afectos (angustia de castración y envidia).[2]


 II. La envidia en el lenguaje y la cultura.

El Diccionario de la RAE, define a la envidia en primera y segunda acepción como “tristeza o pesar del bien ajeno”, “emulación, deseo honesto”. Quiero recalcar la “tristeza” y “el deseo honesto”:  señala en primer lugar un aspecto positivo de reconocimiento y admiración por una posesión ajena dotada con características “buenas” o “valiosas”, capaz de producir s dolor por su ausencia como bien propio y, en segundo lugar, el deseo de imitar y aún superar al objeto de deseo.

Resulta curioso que a continuación, para ejemplificar, recurra a la frase: “Comerse (en negrita en el texto) uno de envidia”, explicándola como frase figurativa de “estar enteramente poseído por ella”. El exceso entonces, en el significado académico, parece quedar restringido al dolor y daño melancólico del sujeto envidioso antes que al ataque o daño al objeto de envidia.

Destaco el valor de esta significación para acentuar los vínculos de la envidia con la admiración, la idealización, la identificación (quizás también raíz de los celos) y la culpa en relación con el objeto envidiado.

La antigua Roma solía representar la envidia con cabezas de mujer con anguilas y serpientes ¿representación imaginaria de la envidia de pene? En Grecia, representada con ojos, ligados a la mirada capaz de producir daño, al “mal de ojos”, superstición popular vigente aún en nuestros días…

En el Purgatorio de Dante, el castigo para los envidiosos era cerrar sus ojos y coserlos, por haber tenido el placer de ver a otros caer. La tragedia de Sófocles, a la que queremos llegar, culmina con la autopunición de Edipo que ciega sus ojos. También en el cuento de Hoffmann, “El hombre de la Arena”, Freud sitúa lo verdaderamente ominoso en ese personaje que busca a los niños para quitarles los globos oculares. La angustia de castración está referida, en todos los casos, al castigo de quedar cegados.

Es claro que, en el imaginario popular, predomina la idea /temor del posible daño infringido a otro/s por la posesión de un objeto deseado que el sujeto carece.

Una cita de Melanie Klein en “Envidia y gratitud: “El doctor Elliot Jaques ha llamado mi atención sobre la raíz etimológica de la envidia (en latín invidia), que proviene del verbo invideo: mirar con recelo a, mirar maliciosa o rencorosamente dentro de, dirigir una mirada maligna sobre, envidiar algo” (Klein, M. 1957, p.187, nota al pie n°6).

En la religión católica, desde San Gregorio Magno (S. VI-VII), la envidia se encuentra entre los siete pecados capitales junto a la gula, la avaricia, la lujuria, la pereza, la soberbia y la ira. En el film “Los siete pecados capitales”, nominado al Oscar como mejor película en 1996, y ganador del Oscar al mejor actor (Brad Pitt), el clímax del thriller se logra en el sexto episodio (la “envidia”), con el ataque hasta la muerte a la mujer y al hijo en su vientre del detective que perseguía al asesino serial, porque “envidiaba su vida”. Quizás esté de más recordar que el último episodio corresponde a la Ira, cuando el detective hace justicia por sus propias manos…


III.-La envidia en psicoanálisis

El primer trabajo de Freud en el que aparece el concepto de “envidia de pene” es en el segundo de los “Tres ensayos para una teoría sexual” de 1905, aunque incorporado a posteriori, en las modificaciones realizadas en 1910 y 1924. La primera alusión la realiza en 1908 en “Las teorías sexuales infantiles”. También se refiere a ella en “Introducción del narcisismo” (1914) y en un texto que a mi juicio es sumamente importante: “Sobre las trasposiciones de la pulsión, en especial del erotismo anal” (1917). Aquí querría destacar la ausencia de su mención en “El Yo y el Ello” (1923), donde se explaya sin embargo ampliamente sobre el Complejo de Edipo en el varón. Tampoco la menciona, en el mismo año 1923 en” La organización genital infantil (una interpolación en la teoría de la sexualidad)”, al incorporar la etapa fálica. Siempre consideró una deuda teórica el tema de la sexualidad de la niña y la mujer (el “continente negro”, inexplorado), pese a haber tenido muchos “casos” entre sus pacientes. Personalmente creo que esperaba más respuestas de parte de las colegas mujeres y   después de exponer  la idea con más fuerza  en  los años siguientes tanto en “El sepultamiento del complejo de Edipo” (1924) y en  “Algunas consecuencias psíquicas de las diferencias anatómicas entre los sexos” (1925), en su artículo posterior sobre La feminidad ( Conferencia 33° -  1932   ) no abandona la idea y la desarrolla en forma paralela a la de “angustia de castración” en el varón, pero “nombra” a la “envidia de pene” con cierta timidez.

Es Melanie Klein la que ya en 1924, en uno de sus primeros escritos (Caso de Erna), afirma: “En la base de esta envidia está la primera teoría sexual infantil…la madre, al copular con el padre, incorpora el pene de este y lo retiene dentro de sí”.

Pero es recién en 1957 (Envidia y gratitud) que desarrolla más profundamente este concepto, oponiéndolo a la gratitud, y haciéndolo extensivo a ambos sexos por igual: “Tanto en el hombre como en la mujer, la envidia tiene su parte en el deseo de quitarle los atributos al sexo opuesto y poseer o arruinar los del padre del mismo sexo… De aquí se desprende que, en ambos sexos, por divergente que sea su desarrollo, los celos y la rivalidad en la situación edípica positiva y negativa (directa e invertida), están basados en la envidia excesiva hacia el objeto primario, es decir, la madre, o mejor aún, su pecho”.

Fue sin duda M. Klein quien amplió el concepto de envidia, haciéndolo extensivo no solamente al genital masculino sino a todas las zonas erógenas, sus objetos y etapas de la evolución de la libido. Fue ella quien ubicó como sujeto envidioso tanto al niño como a la niña en sus etapas preedípicas y edípica con distintas consecuencias y avatares en ambos casos y en correlato con las teorías sexuales infantiles enunciadas por Freud. También, quien se refirió a ella tanto con connotaciones destructivas ligadas a la pulsión de muerte (¿o componentes agresivos de las pulsiones de vida?), como con connotaciones reparatorias correspondientes a las pulsiones de vida: “pero no es solamente el pene, lo que el niño siente que tiene que preservar, sino también los buenos contenidos de su cuerpo, las heces y orina buenas, los bebes que él desea tener en la posición femenina y los bebes que -identificados con el padre bueno y creador- desea producir, siguiendo su posición masculina.

Quiero intercalar un comentario, tan justo como elogioso de J. Lacan a M. Klein  aunque su nombre no aparezca explícito, citado por Julia Kristeva (2001) al comparar la “posición depresiva kleiniana”  con el “estadio del espejo lacaniano”, en la medida en que ambos conceptos atestiguan “la naturaleza propiamente imaginaria de la función del yo en el sujeto”: “Ese vacío pobló al niño con monstruos cuya fauna no conocemos desde que una arúspice de ojos de niño, tripera inspirada, nos ha hecho su catálogo, mirándolos en las entrañas de la madre nutricia.”

D. W. Winnicott se refiere a un “elemento femenino puro” en hombres y mujeres. Esta relación inicial es la que funda la más primitiva de las experiencias humanas: la de “ser”. Implica el sentimiento de empezar a vivir, estrechamente ligada a la experiencia creadora. Esta creatividad corresponde a la condición de estar vivo y se vincula con la idea de que la vida es digna de ser vivida. Por ello, la creatividad es un denominador común a hombres y mujeres.

El abordaje de Winnicott y su concepción de la identificación primaria corrigen la idea de Freud de que en el varón la identificación primaria es con el padre, e incorpora la de que es esencialmente con la madre. En otras palabras, es la madre la que se unifica con el ser del niño, cualquiera sea su sexo. Podría postularse, desde esta óptica, que el varón, desde la versión positiva de su Complejo de Edipo, no tendrá que hacer un pasaje de objeto en cuanto a elección amorosa, pero sí tendrá que hacerlo respecto del objeto de identificación primaria.

Para Winnicott, así como la relación de objeto del elemento femenino puro supone identidad y no está involucrada en ella la pulsión, la relación objetal del elemento masculino puro supone separación y se encuentra respaldada por la pulsión. De allí su ya clásico aforismo: “Después de ser hacer y que se le haga a uno”.

Para este autor, la envidia hacia lo femenino puede provenir tanto de los hombres como de las mujeres, desde el elemento masculino de ambos. En forma análoga, la envidia al pene podrá provenir del elemento femenino disociado, tanto del hombre como de la mujer. Esta envidia, por tanto, no será privativa de esta última, y con un caso clínico ilustra la envidia al pene desde el elemento no masculino de su personalidad en el tratamiento de un hombre de mediana edad, casado y padre de familia. Allí especifica: “Deseo destacar que esto nada tiene que ver con la homosexualidad.”


IV.- Conclusiones:

a) Terminando este trabajo, vuelvo a la primera cita de A. Green del epígrafe en su artículo “¿Y la mujer?” Comparto y destaco la idea de que lo femenino debe ser examinado aparte, aunque sin perder de vista el problema de la bisexualidad.

b) Con respecto a la perspectiva de la segunda cita de Green en “La sexualidad materna”, cuando señala “que la madre es la única componente del triángulo (padre-madre-hijo) que tiene una relación carnal con los otros dos”, vale en el contexto de este trabajo el siguiente interrogante: ¿es posible negar ante la figurabilidad de tales escenas la presunción de ser movilizadoras de una intensa envidia, en cualquiera de los dos partenaires?

c) En esta breve ponencia he esbozado un tema sobre el cual, creo, no tenemos suficientes respuestas desde el corpus teórico del psicoanálisis. Me refiero a los afectos y, dentro de ellos, en especial, a la envidia, afecto prínceps en la teoría de la feminidad. La envidia de pene, compañera simétrica de la angustia de castración. Ambos, afectos conscientes o inconscientes, representantes psíquicos de mociones pulsionales que dinamizan un complejo de representaciones que el psicoanálisis teoriza como complejo de Edipo, al que quizás podamos reconocer como uno de los conceptos centrales en la teoría.

Curiosidad matemática: en el texto de “el Hombre de los lobos, Freud menciona a la angustia de castración dieciocho veces. Me atrevo a decir que la mención a la envidia de pene en toda su obra apenas debe superar el número de menciones a la angustia de castración de ese sólo artículo.

Ya me he ocupado sobre este tema en un largo trabajo sobre “Las teorías sexuales infantiles, con especial referencia a la teoría de la cloaca y el complejo de Edipo en el negativo en el varón”, publicado en 2010 como “El niño de las hormigas. Un caso paradigmático del psicoanálisis con niños”. La hipótesis allí planteada es: ¿No habrá una simetría en cuanto a la función moduladora de la angustia y estructurante del aparato psíquico entre la posición femenina en el varón sustentada a través de la teoría de la cloaca, y la posición masculina en la mujer, sustentada en la envidia al pene?

d) Se hace demasiado hincapié en que en el complejo de Edipo la niña, a diferencia del varón, debe sortear una dificultad por tener que cambiar el objeto de amor. Pero ¿está más exento de dificultades el hecho de que el varón deba cambiar el objeto de identificación en la versión positiva si consideramos que la identificación primaria es primordialmente con la madre?


     Bibliografía

  • Green, André (1990). El complejo de castración. Paidós, Bs. As., 1996.
  •                         (1997). Las cadenas de Eros.  Amorrortu, Bs. As. 1998.
  • Kristeva, Julia (1996) Sentido y sinsentido de la revuelta. Eudeba. Bs. As. 1998
  •                                    El genio femenino. 2. Melanie Klein. Paidós Bs. As. 2013
  • Sánchez Grillo, M. del R. “El niño de las hormigas”. Ed. Biebel. Bs. As. 2010

     

Descriptores: Envidia de pene - Feminidad – Bisexualidad- Femenino-Masculino


Resumen

Este trabajo considera a la bisexualidad humana haciendo foco en las concepciones de los autores clásicos del psicoanálisis (S. Freud, M. Klein, J Lacan, D. W. Winnicott), a través de la lente de ideas más contemporáneas (A. Green y J. Kristeva).

El tema central es el tratamiento de la envidia como manifestación de lo pulsional (representante-afecto) dirigida a los objetos de amor (representantes –meta de la pulsión), tanto en hombres como en mujeres. Asimismo, se bosquejan las consecuencias de dichos movimientos afectivos en la estructuración de lo intrapsíquico que dan lugar a sus manifestaciones en lo intersubjetivo, tanto durante el desarrollo, en la vida adulta y en la clínica.
  





[1]  El Niño de las Hormigas. Un caso paradigmático del psicoanálisis con Niños.
[2] “… el afecto tiene características que hacen de él un elemento bastante complejo: mantiene una relación muy estrecha con el cuerpo; está muy ligado a los elementos situacionales, marca de entrada la relación con el otro (y es de entrada marcado por la relación con el otro). Además, es el soporte de cierto número de elementos que permiten que fenómenos como la creencia o la pasión queden anclados en el inconsciente. Me parece que el afecto es un testigo privilegiado de las relaciones con la pulsión y con la historia del sujeto. Y un último punto, que ya había sido percibido por Freud: la relación del afecto con la verbalización es mucho más incierta y discutible que la de la representación con la verbalización.” (Green,A. y Urribarri,F.(2013) en “Del pensamiento clínico al paradigma contemporáneo. Conversaciones”, Ed. Amorrorrtu, Bs. As.2015.

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