Lo femenino, ¿una denominación totalizadora? - Norma Slepoy

TRABAJOS LIBRES




Lo femenino, ¿una denominación totalizadora?

Norma Slepoy
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Este trabajo procurará discernir qué vicisitudes de las diferencias se ponen en juego para generar la apariencia de una esencia en la formulación aislada de “lo femenino”.

En tanto psicoanalistas estamos acostumbrados a la dinámica de oposiciones articuladoras de diferencias (activo/pasivo, fálico/castrado, masculino/femenino), aunque las mismas no son privativas del ámbito del psicoanálisis. Como veremos más adelante, en distintas áreas del saber ha sido relevada una matriz de sentidos antagónicos.

Para situarnos en un principio en nuestro contexto, mi interrogación trata de dilucidar qué es lo que determina que, por vía de la sustantivación, “lo femenino” devenga aislado de su par antinómico y adquiera la connotación de una cualidad esencial. Más aún si damos por cierto que Freud, ya formuladas las consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica, arriba a su ya célebre pregunta: “¿qué quiere una mujer?”. Esta pregunta de Freud acerca de la mujer en general, en momentos en que se encontraría atribulado por no poder dar cuenta de lo atinente a una mujer, convoca en mí dos imágenes.

Una de ellas es la icónica fotografía de Charcot presentando a una mujer histérica de la Salpêtrière, escena central en la mostración durante las “lecciones de los martes”. En La invención de la Histeria Didi-Huberman sitúa a Charcot trabajando bajo la influencia del cuadro de Fleury Pinel liberando a las locas de la Salpêtrière. Entiende que Charcot redescubre a la Histeria inventándola en el seno del espectáculo que cuenta con una suerte de complicidad entre la contorsión de los cuerpos semidesnudos de las histéricas y la mirada de los médicos.

La otra, es la fotografía en la que un grupo de hombres vestidos -hasta con sombrero de copa- asisten a la perfomance de Yves Klein en que mujeres desnudas, embadurnadas de pintura pintan con sus cuerpos el magnético “azul Klein” en un lienzo colocado sobre el piso. Ellos, sentados en unas gradas observan a las mujeres; el pintor ha sido sustituido por una multiplicidad de hombres mientras que en las mujeres desnudas se funden el posar y el acto del pintor.

La primera escena atañe a la Histeria, la otra podríamos decir que a la Mujer.  

En el caso de Yves Klein el vehículo de la puesta en escena es el trazo del atrayente azul; en el de Jean-Martin Charcot, el trazo de una supuesta ciencia puesta a fluir en las descripciones y en una empecinada búsqueda de la Iconografía fotográfica de la Salpêtriére cuyo propósito último es capturar el aura-alma de las histéricas. Literalmente, la cámara fotográfica al acecho de captar la imagen del aura de la Histeria.

Las fotografías en uno y otro caso tienen la virtud de encuadrar la escena: la mostración de Charcot, cuyo centro y objeto de estudio es la Histeria, incluye en la foto a los otros protagonistas: los médicos. En la de Klein, el foco constituido por el cuerpo femenino incluye al público: los hombres que miran.

Se hace visible una dualidad que, si uno fuera uno de esos médicos de la Salpêtrière o parte del público de la perfomance, quedaría elidida y solo contaría el objeto de la observación; una dualidad que en estas situaciones es la femenino/masculina o viceversa. Podríamos poner el acento en el vínculo erótico de unas y otros, pero al propio tiempo la manifestación del cuerpo desnudo, sin velos, parece orientarnos en el sentido de la búsqueda de algo esencial.

Nos enteramos luego de que, efectivamente, también Yves Klein centraba su búsqueda en algo de esa naturaleza: el azul del cielo, el espacio etéreo que rodea al planeta implicaba para él un encuentro con lo inmaterial.

Sabemos que a diferencia de Charcot -y sus espectaculares presentaciones de los grandes síntomas histéricos- Freud, luego de su estancia en La Salpêtrière, supo trascender el frenesí de plasmar en imágenes el aura-alma de la Histeria y optó por el camino esforzado de seguir los más leves indicios, renunciando a toda concepción general que él solía adjudicar a los filósofos. Hizo hablar a las mujeres que padecían de histeria y nos legó, entre otros, el caso que presentó como una “petite hysterie”, de pequeños síntomas sustentados por una fina filigrana de fantasías a las que llegó a partir de los pequeños detalles de sus síntomas y sueños.

¿Qué hizo que años más tarde –supuestamente en momentos de impotencia al no poder librar de su padecer a Marie Bonaparte- Freud se preguntara qué quiere una mujer, ya no esa mujer, sino la Mujer? Ya no el análisis de lo nimio, de los detalles… Más allá de los motivos íntimos de Freud podemos suponer que fue hablado por un discurso que vehiculiza la tendencia a totalizar y que se expresa de diversas formas y en diferentes escenarios. Como modo de comenzar a introducirme en los mismos, y sin necesidad de acudir a sesudos análisis filosóficos de la economía política, recurro a una entrevista[1] en la que Jorge Luis Borges hace gala de su capacidad de síntesis. Se le pregunta qué piensa de la pobreza y él por toda respuesta dice: “los millonarios son la condición necesaria de los mendigos y viceversa”. Nuevamente, el propósito de aislar para desentrañar un fenómeno reclama la consideración de una matriz de diferencias, diferencias que parecen exceder el marco restringido de una disciplina. Para acceder a las mismas es necesario sustraerse de ese discurso que suele adelantarse a nuestra reflexión y nos impide analizar.   
 
Recorreré las ideas de autores de otras disciplinas comenzando por algunos del ámbito del Análisis del Discurso; autores que complementan los hallazgos del psicoanálisis y permiten ampliar su perspectiva al incluir la dinámica social. Tienen en común trascender los postulados de la lingüística al incorporar el uso del lenguaje destacando la función de las prácticas discursivas.

Dado que nos deteníamos en las circunstancias en que somos hablados por un discurso que nos trasciende comenzaré por Michel Pecheux quien, al instrumentar la práctica interpretativa en el análisis del discurso, ha puesto de relieve a un sujeto que no es dueño de lo que dice.

Elvira Narvaja de Arnoux asocia la actividad interpretativa en el análisis del discurso con el paradigma de las inferencias indíciales del historiador Carlo Guizburg que, además, compara con el método de Freud en tanto ambos parten de los pequeños detalles siguiendo un método que esta autora considera detectivesco.

Esta comparación de Arnoux nos recuerda la reconstrucción a partir de indicios de la historia del humilde molinero de El queso y los gusanos, de Ginzburg. Pareciera haber una correspondencia en uno y otro pensador entre el método y sus objetos de estudio: un humilde molinero, uno de tantos subalternos en el caso de Ginzburg, una “petit hystérie”, carente de síntomas espectaculares, en el de Freud.

Por su parte, Emile Benveniste ha insistido en la constitución discursiva de la subjetividad. Encuentra que la misma se expresa en la conformación del sujeto de la enunciación que al incluir una relación yo-tú señala la adquisición de la conciencia de sí y del otro; una dualidad que no se reduce a una antecedencia del yo a la sociedad – o de esta sobre el individuo- sino que es fruto de una relación dialéctica.

 En tanto, Roland Barthes decreta “La muerte del autor” en una crítica que incluye no dar sentidos últimos a la escritura y, de paso, al Dios de la teología, y con él a la Ciencia, la razón, la ley. Frente a esta afirmación radical de Barthes, Michel Foucault agrega más tarde -en su conferencia de 1969- la pregunta acerca de la obra, no solo se pregunta qué es un autor, sino qué es una obra, ya que sostiene que si se declara la muerte del autor no se acaba con la unificación que este representa si la misma se desplaza a la obra.

No dar sentidos últimos, decía Barthes. Los sentidos últimos suelen conducir a la inmovilidad. Como psicoanalistas abocados a la función terapéutica nos interesa la movilidad psíquica. En ese sentido, Norman Fairclough, en su manifiesta intención de dar cuenta del cambio social nos da pistas acerca del cambio psíquico en su consonancia con el cambio social. Fairclough afirma que el lenguaje no solo representa al mundo, también lo significa, contribuye a la reproducción social y a la transformación social. No es una simple relación entre ideas, sino que se genera en una práctica social determinada por estructuras sociales materiales, en una causalidad que no es mecánica sino dialéctica. Considera que en el análisis de los textos se encuentran los vínculos con las prácticas discursivas y con las prácticas sociales. También aclara: el discurso está involucrado en las prácticas sociales, pero no todas las prácticas sociales se dirimen en términos de discurso, como por ejemplo las comprometidas en la producción industrial o en las instituciones.

Si bien Fairclough piensa que las ideologías establecidas se naturalizan a través del sentido común, hace especial hincapié en la potencialidad de transformación de las relaciones de dominación como resultado de las luchas que tienen lugar en el campo de las prácticas discursivas. Enfatiza la importancia de tener en cuenta tanto las estructuras del lenguaje como los eventos entre personas, de modo de considerar la determinación del orden del discurso y sus coacciones actuantes en la fijeza de las ideologías, como así también los procesos de su transformación. 

Es decir, ni plena libertad en la formación del discurso ni reproducción fijada, sino un proceso dialéctico de naturalización y desnaturalización del discurso, proceso en el que no se es consciente del carácter ideológico de las propias prácticas. Prácticas ideológicas vinculadas con las relaciones de dominación de clase, de género, de grupo cultural, etc.

Fairclough se adscribe al concepto de Hegemonía de Gramsci, “una concepción del mundo que se encuentra implícitamente en el arte, en las leyes, en las actividades económicas y en las manifestaciones de la vida individual y colectiva”, entendida como el poder de las clases económicamente dominantes y sus aliados, pero que no se logra más que parcial y temporariamente en un equilibrio inestable.

Marc Angenot, por su parte, también ha desarrollado sus ideas alrededor del concepto de hegemonía en El discurso social. Los límites históricos de lo decible y lo pensable. Resulta interesante su formulación acerca de lo decible y lo pensable ya que se encuentra muy cerca de experiencias propias y ajenas frente a discursos que revindican “lo impensable”, “lo indecible”, como si se tratara de un carácter esencial de las temáticas en cuestión cuando en acuerdo con el modo de enunciarlo Angenot se trata de límites organizados socialmente o, en términos de Foucault, los límites que impone el orden del discurso. Atento al factor institucional, Angenot se propone desclausurar los campos discursivos que aparecen aislados en lo que se imprime y se enuncia institucionalmente. Y, más en general, su propuesta incluye la idea de que las manifestaciones discursivas no deben ser evaluadas aisladamente.

En su desacuerdo con Mijail Bajtín en cuanto a que en el discurso social se exprese un libre fluir de las conciencias, una heteroglosia que generaría en lo artístico un texto polifónico, considera que en esta concepción se construye un “mito democrático”. De este modo precisa su concepción del carácter social del discurso: es la resultante de la hegemonía en el seno de un conjunto complejo de reglas prescriptivas, de leyes tácitas que operan sobre la intertextualidad e interdiscursividad organizando lo decible. De este modo, nuevas ideas pueden quedar neutralizadas por discursos que se constituyen en mono sémicos absorbiendo lo diferente.

En su complejidad, la hegemonía regula prácticas discursivas que estratifican grados de legitimidad de los diferentes discursos sociales (lenguaje y literatura distinguida, lenguaje y literatura popular) en las sociedades estratificadas al tiempo que impone dogmas, fetiches (la Patria, el Ejército, la Ciencia) con pretensión de validez universal. Así como tiende a unificar, diferencia de manera regulada. Una aguda observación de Angenot que discierne en la hegemonía la provisión de formas canónicas y temas comunes al tiempo que confina determinadas cosas al territorio de lo impensable.

Insiste en cuestionar la posición de los autores que llaman discurso social a la totalidad de la significación que engloba monumentos, imágenes, espectáculos, gestualidad, vestimenta. Sostiene que hay una diferencia radical entre lo que se dice en los textos y la significación inscripta en el cuerpo, en los gestos, en el habitus (según la caracterización de Pierre Bourdieu). Pone como ejemplo lo que se dice de las mujeres y la producción de la mujer en su cuerpo desnudo o vestido. En suma, la diferencia de la significación objetivada en los textos y la inscripta en el cuerpo del hombre social. Los sujetos están modelados en su vestimenta, su cuerpo, sus gestos, sus gustos según sus roles sociales, su clase, su status, por relaciones simbólicas que no pasan por su conciencia verbalizada y discursiva.

La importancia de lo que no se dice, no se escribe y no se expresa está signado por los límites históricos de lo pensable y lo decible en una sociedad dada.

Para ir a la fuente de tantos pensadores, algunos que cito y muchos otros más, consignaré algunas ideas de Antonio Gramsci que me parecen relevantes para el tema que me ocupa. En su concepción de la lengua como un sistema abierto en íntima conexión con lo social y lo político nos describe una dinámica en la que transcurre una lucha entre lenguas dominantes y lenguas dominadas que, sin embargo, permanecen, que no desaparecen. Gramsci se opone a todo intento de unificación que intente acallar la heterogeneidad de las lenguas y con ella la heterogeneidad social. Por esta razón se opuso al intento de la unificación italiana que pretendía instaurar el esperanto o el toscano en Italia. En cualquier caso, lo ha considerado un intento de acallar las lenguas subalternas de ese territorio. Por el contrario, ha celebrado el enriquecimiento mutuo en el libre encuentro de las lenguas y sus distintas temporalidades, muchas veces reprimidas, precisando que los cambios lingüísticos se dan de abajo hacia arriba y no al revés.

En su lectura de los Cuadernos de la cárcel Diego Bentivegna destaca el fenómeno experimentado por Gramsci cuando, preso y en medio de sufrimientos físicos, mezcla inconscientemente palabras y frases sardas de su lengua materna que emergen en esos momentos. Un fenómeno que a los psicoanalistas nos resulta familiar.

Yendo al ámbito de la antropología, François Laplantine, psicoanalista y antropólogo para quien lo psíquico y lo cultural mantienen una relación de implicación mutua, encuentra que en toda sociedad surgen tensiones inevitables entre los sexos, los grupos de edad y las clases sociales que generan sistemas de defensas. En su análisis antropológico de las creencias sostiene que toda concepción religiosa se organiza a partir de categorías contrapuestas que son en todas partes rigurosamente idénticas: lo sagrado y lo profano, lo alto y lo bajo, lo iniciado y lo no iniciado, lo masculino y lo femenino, lo divino y lo demoníaco, lo celestial y lo infernal. Estas categorías se ordenan de modo diferente de acuerdo con las condiciones económicas y las tensiones sociales en una dialéctica alternada entre lo manifiesto y lo latente de acuerdo con el funcionamiento de la represión. Una estrecha coincidencia con lo señalado por Freud (Freud, S. 1910) acerca del sentido antitético de las palabras primitivas.  

En tanto, Pierre Bourdieu incluye los conceptos de campo y de habitus en su análisis de lo social. En el campo las posiciones sociales están en tensión, hay luchas materiales y simbólicas para obtener un capital social. En tanto que el habitus es la interiorización de esquemas clasificadores que son estructuras mentales o formas simbólicas. Las mismas son el producto de la división en clases sociales, clases sexuales o clases de edad. Al ser productos de las estructuras fundamentales de una sociedad, esos principios de división son comunes al conjunto de la sociedad. Estos sistemas clasificadores que constituyen el habitus están compuestos por lo alto y lo bajo, lo fino y lo grueso, lo liviano y lo pesado, etc. Sus disímiles valoraciones según las clases deben su eficacia a que funcionan fuera del control voluntario, a que están incorporados también en el cuerpo y se expresan en los gestos automáticos como el moverse, el hablar, el comer, el sonarse la nariz. A través de esos esquemas se manifiesta la división en clases, la división de sexos y de edades. Bourdieu afirma que cuando en la sociología o en la filosofía se niegan estas diferencias se construye la ficción de un sujeto universal.

En este escueto recorrido tomamos contacto con autores que han discernido las diferencias imperantes en el discurso social y en las prácticas sociales en las que está implicada nuestra subjetividad. Al propio tiempo han detectado los modos a través de los cuales se intenta neutralizar estas diferencias: universalización, unificación, imposición de sentidos últimos…

Espero tener oportunidad de presentar en el Simposio el relato del análisis de una mujer. Un proceso analítico que, más que captar la esencia de lo femenino, pone de manifiesto la dialéctica de las diferencias de una subjetividad en íntima relación con el despliegue de las diferencias de la estructura social.


Bibliografía

  • Angenot, M. (2010): El discurso social. Los límites históricos de lo pensable y lo decible, Siglo XXI editores, Buenos Aires
  • Bourdieu, P. (1979):  La Distinción. Criterio y bases sociales del gusto, Ed. Taurus, Buenos Aires
  • Didi-Huberman, G. (2007): La invención de la histeria, Ediciones Cátedra, Madrid
  • Fairclough, N. (1993): Discurso y cambio social, Facultad de Filosofía y Letras, UBA
  • Freud, S. (1910): “Sobre el sentido antitético de las palabras primitivas”, O.C. Tomo XI, Amorrortu, Buenos Aires   



Descriptores: Esencia -Matriz de diferencias - Negación de las diferencias – Universalización


Resumen 

Este trabajo abre una interrogación acerca de la delimitación de “lo femenino”. En tanto aislada de su par antitético esta nominación parece conducir a la búsqueda de una esencia eludiendo las diferencias implicadas en la subjetividad.

La autora analiza en el ámbito del psicoanálisis, y en el recorrido por la obra de autores de otras disciplinas, el efecto de universalización que conlleva la neutralización de la matriz de diferencias propias del discurso y de las prácticas sociales, en su relación con la estructura social.













[1] Entrevista concedida en 1976 a la Radiotelevisión Española, emitida en la Argentina por el canal Encuentro.













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