CONTRIBUCIONES
La voz de lo femenino
Nora
Barugel
- ¡Calladita
sos más mona!
Lo
femenino transita desde la diferencia, diferencia de los géneros, de las sexualidades. Pero, debemos agregar, de una
diferencia en muchas ocasiones invadida por
la desigualdad. El diferente, el otro, sabemos, suele
ser un otro sojuzgado, marginado, colonizado. Y en esa
situación se ve en general incluida lo femenino.
De
lo femenino, me voy a referir a su voz. Esta voz también circula desde esa diferencia y ese sojuzgamiento. Es en
función de éste, que la voz femenina asume muchas de sus características. Por
ejemplo. A esa voz solemos pensarla desde
un aspecto: el de su silenciamiento.
Pero resulta que, aún silenciada, la voz femenina existe. Y, a esa voz femenina
que aún silenciada, existe ¿cómo podríamos caracterizarla? Podemos pensar que la
voz de lo femenino es una voz que habla ante la censura. Y que, para lograr sortearla, lo femenino habla a la manera lo
que en psicoanálisis llamamos el lenguaje del sueño. Lo femenino habla desde
los intersticios que deja, inadvertida, como en el sueño, la acción de la
instancia de la censura. Desde esos intersticios se hace paso. Habla entonces como
hablaba la paciente del Sueño de los Servicios de Amor que Freud menciona
en La Interpretación de los Sueños y en
la 9a de las Conferencias de Introducción
al Psicoanálisis: una señora mayor ofrece a los miembros del ejército
dentro de un hospital militar, sus ‘servicios de amor’. O sea, la soñante está
dispuesta a ofrecer su persona para la “satisfacción de las necesidades de amor
del personal militar”. Y sin embargo, ahí donde la trama haría explícita esa
intención, “hallamos un murmullo no nítido”. El sueño, lleno de detalles, muestra
lagunas y vacíos en los diálogos, justo en aquellas partes más chocantes, y es
justamente ese carácter chocante, el motivo de su sofocación. Se sofoca el
contenido chocante y se lo hace inaudible. Es así que Freud señala que
“dondequiera que haya lagunas dentro del sueño manifiesto, la censura onírica
es la culpable”.
En La Interpretación de los Sueños, Freud dice
que quiere buscar en la vida social el equivalente a eso que ocurre en la vida
psíquica interior, una desfiguración semejante de un acto psíquico. Lo
encuentra sólo allí donde se trata de dos personas, de las que una posee cierto
poder y la otra tiene que andarse con tiento por causa de ese poder. Esta última desfigura entonces sus actos. No
en vano, en consonancia con esos pasajes, Freud se explaya acerca de un tipo de
censura en particular: la censura política, en donde justamente se reprueba aquello
que es más chocante, dice, para los poderosos. Si el sujeto las expresa sin
disimulo, el déspota suprimirá esas manifestaciones. “Tomen cualquier periódico
político y hallarán que en ciertos lugares el texto ha sido suprimido y en su
reemplazo resplandece la blancura del papel. Uds. saben que es obra de la
censura de prensa. En esos lugares que quedaron vacíos había algo desagradable
para el alto comité de censura, y por eso lo extirpó.” Otras veces la censura
no opera sobre las frases ya listas, sino que atempera, ejerce alusiones,
circunloquios y oscuridades de expresión. Es así cómo se lograba hablar en la
época de la dictadura argentina en revistas como El Grillo de Papel, en El
Escarabajo de Oro. Pero también desde los intersticios, en medio de la
consigna “El silencio es salud”, mediante ese subterfugio se incitaba al
acallamiento en la época previa a la dictadura militar, cuando en un cartel se mostraba
a una mujer que con su dedo hacía el gesto de clausurar sus labios. ¡Qué lejos
del famoso cartel de la Unión Soviética, el de la mujer que enmarcando su boca
dice a viva voz su mensaje!
Y
cuando de cerrar los labios se trata, sabemos de los tres monos “sabios”: no
veo, no oigo y… no hablo. Solo que esa imagen no expresa algo tan “sabio”. Nos
muestra la acción de la censura, aquella que contribuye al silenciamiento de la
mujer. Y hay algo trágico en esa
imagen, puesto que en ella se halla además expresada la siniestra realidad
final: yo ejerzo, en un acto fatal de autocensura, la máxima atrocidad: me auto
callo, yo misma me tapo la boca. Pero aquella que obedece el mandato de taparse
la boca - calladita sos más mona - logra hablar desde entre los intersticios de sus
dedos entreabiertos. Balbucea, borbotonea, burbujea, murmulla, susurra, emite
algo que se asemeja a una voz. Esa es la voz de lo femenino. Ante esta
operación de lenguaje, la voz femenina se presenta desfigurada, y gracias a
esta disposición la asfixia de la mujer encuentra una salida.
Pero
va habiendo en la sociedad algo diferente. Resulta que muchas de las pibas de
hoy ya no hablan desde los intersticios que dejan los dedos entreabiertos. Corren
las manos de la boca, y hablan con una expresión más cercana a un habla plena.
Lo femenino balbuceante se transforma y da lugar a la palabra. La voz llega en
ese caso desde un lugar particular, lo femenino comunitario, que al buscar hacerse entender con los demás y junto
con los demás, establecer puentes, se permite emitir la voz, hablar, conversar,
charlar, parlotear, parlamentar con los otros, hacerle un lugar a la voz
femenina en un concierto de voces.
Y a
esta altura podemos decir además que sí, que somos diferentes, pero ya lo
femenino y lo masculino dejan de ser meras dualidades. En esa diferencia vemos que todo fluye. A partir de la aparición
de una sufriente, inquietante y feliz tolerancia a lo incierto, a lo desconocido,
algo fluye. Aparece lo femenino y lo masculino ya no tanto desde la mirada de una
partición binaria que favorece un
posicionamiento hegemónico, sino
desde un entre, un “y”, desde una bulliciosa, escandalosa, fluidez.
Dra. Nora Barugel.
Miembro Titular de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires.
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