TRABAJOS LIBRES
El concepto “envidia del pene”, actualmente tan controvertido, lo
menciona Freud en pocas ocasiones, pero es retomado a lo largo de décadas tanto
en la literatura psicoanalítica y no psicoanalítica, se identifica y ha
permanecido como una sombra de la supuesta misoginia del fundador del
psicoanálisis, ¿Sigue acaso vigente?
Si bien en el momento histórico de la fundación del psicoanálisis
existía una realidad cultural androcéntrica, misógina y maniquea, el
psicoanálisis ha evolucionado en todos los aspectos. El concepto “envidia del
pene” que Freud detectó y nombró, fue la cultura la que funcionó como un caldo
de cultivo para desarrollar y mantener con una fuerza casi propia, este
concepto que se convirtió en estigma para la mujer, además de mantenerse, ya no como
algo vivo sino como algo fosilizado y mitificado.
Resulta temerario y atemorizante pensar que tal vez esta
investigación me condujera a cuestionar ya no sólo la vigencia del concepto
sino la validez misma sobre la que el psicoanálisis estaba asentado.
Simultáneamente me preguntaba, si fuera cierta la reflexión anterior, ¿qué hacen tantas mujeres psicoanalistas,
brillantes y talentosas, dentro de este mundo psicoanalítico androcéntrico y
patriarcal, poblado por tanto de rigidez y cerrazón? Y los hombres
psicoanalistas ¿eran todos, o la mayoría, representantes aún de ese mandato
patriarcal que postulaba mandarnos y nosotras obedecer? Sobre todo, en México
donde la expresión mande sería su
representante.
Simultáneamente me quedaba claro que los analistas que yo conocía
personalmente o por haberlos leído, en su mayoría estaban abiertas o abiertos a
nuevos conceptos y que, probablemente yo estaba tomando la parte por el todo,
pero desde mi vértice, “creer” en la actualidad en un concepto donde la mujer
se impulsa para crecer sobre la base de envidiar un órgano
masculino y que hacerlo la ponía –por el hecho en sí– no a buscar sus propios
logros, sino al deseo o la envidia de la posesión de lo que tiene otro, me
provocaba un enorme rechazo. Pero, precisamente como psicoanalista me
preguntaba, ¿no estaría entonces confirmando con ese
enfático rechazo mi propia envidia inconsciente del pene? O, tal vez, algo
diferente y bueno: contribuyendo a desarrollar el psicoanálisis con mi
pensamiento.
Quizá este concepto que había nacido a partir de una observación
en la clínica no era tan vigente después de todo, tomando en cuenta que la
cultura de principios del Siglo XX difiere de la cultura del Siglo XXI. Pero
muchos otros conceptos, la mayoría de ellos, se han mantenido vigentes a lo
largo de más de un siglo de existencia del psicoanálisis, ¿Qué había pasado con
éste en particular?
El resto de los conceptos teóricos del psicoanálisis y lo que ha
ocurrido con ellos, no formarán parte de mis interrogantes en
este trabajo, pero sí lo haré con el derrotero transitado por el concepto
“envidia del pene”. Para ello me apoyé también en los mitos, tema de los que
poseo sólidos conocimientos.
Ya que el mito no es la realidad, pero habla de ella aportándonos
una comprensión simbólica de la misma, opté por fundamentar mi cuestionamiento
a través de éste, pero no del mito vivo, sino de una forma diferente, ya que
cuando el mito se congela o fosiliza se convierte en un hecho concreto, perdiendo su
valor simbólico y metafórico. Sucede entonces que, un hecho, un concepto o una
persona, se convierten en una mitificación, dado que, sobre estos, se coloca un
rótulo sobre estimativo que los convierte en algo distinto de lo que eran en un
principio.
El concepto “envidia del pene” que Freud observó en la clínica de
principios del siglo XX, tiene que ser considerado desde una parte biológica y
otra cultural. Desde lo biológico, las diferencias varón y mujer, son evidentes
y podríamos incluso centrarlas para nuestra explicación, en algo externo,
observable y quizá fue así como Freud llegó a algunas de sus conclusiones. Él
señala, que el niño y la niña, se dan cuenta de las diferencias sexuales
anatómicas a los 4 o 5 años, lo cual probablemente ocurría en su época, donde
la convivencia entre los menores, que no iban al jardín de infantes y se regían
por el pudor hogareño de entonces les impedía, siendo más pequeños, mirarse y/o
tocarse, y habiéndolo hecho, reprimirlo. A esos 5 o 6 años, ahora sí se
permitían ver y oficializar las diferencias.
En mi observación directa durante los 18 años de mi trabajo en el
área educativa, con niños y niñas de entre 1 y 5 años, pude constatar que, si
culturalmente las personas a cargo de su cuidado no hacen diferencias ni
reprimen injustamente el trato entre los niños y las niñas, éstos tampoco
reprimen y observan atentamente las diferencias físicas haciendo toda clase de
pruebas y exploraciones. A los niños les resulta mucho más cómodo orinar
sentados y las niñas “prueban” la posibilidad de hacerlo de pie, cosa que les
resulta inadecuado e incómodo por lo que optan por continuar haciéndolo
sentadas. Más adelante, sumados el aspecto biológico y el cultural, los niños aprenderán a orinar de pie.
Tanto el pene y los testículos, así como la
vulva, la vagina y el
clítoris, son identificados por
observación directa y también manualmente. De hecho, desde muy pequeños, en las
niñas y los niños observamos una autoexploración de todas las partes de su
cuerpo, lo mismo al ser limpiados y bañados, percibiendo sensorialmente cada
lugar, con las consecuentes sensaciones placenteras o displacenteras, más allá
de que no tengan aún manera de ser categorizadas.
Si bien señalo este aspecto androcéntrico y biologicista de las
afirmaciones de Freud, así como de algunos otros analistas, también es justo
reconocer que fue Freud quien fue capaz de descubrir y evidenciar la existencia
de una sexualidad infantil.
Para los judeocristianos, Adán es creado por Dios y para que no
estuviera solo, es decir, en función de él, fue creada Eva desde una parte de
su cuerpo: una costilla. Viven en un Paraíso, que pierden a causa de la
serpiente y de Eva.
El recorrido histórico nos lleva a distintos ejemplos donde
encontramos una constante respecto a la educación: el varón en general es quien
debe ser instruido y educado, la mujer será educada para servir y dar cuidado y
descanso al varón; en ocasiones y momentos excepcionales, encontramos mujeres
que, a pesar de ello, se han podido destacar, tanto en la paz como en la
guerra. A algunas de las que se destacaban, se las consideraba locas o brujas,
poseídas por entidades que las hacían diferentes, como a Juana de Arco. Si
alguna mujer deseaba tener experiencias diferentes a las instituidas tales como
estudiar o trabajar fuera de su casa, generalmente lo lograba a través de un
disfraz de varón, que debía conservar para toda la vida.
La otra posibilidad para poder tener acceso a libros y lecturas
era hacerse monja, ilustrado esto en el dicho; “mujer que sabe latín, no tiene
marido ni tiene un buen fin”, como escribiría Juana Inés de la Cruz.
La educación académica era por tanto sexista androcéntrica, y en ella eran aceptados los varones y descartadas las mujeres; los
valores aprendidos contenían un paradigma patriarcal, rígido, con patrones valorativos: masculino-superior y
femenino-inferior.
Es
evidente que, en una sociedad de estas características, las mujeres sintieran
envidia o celos ante los privilegios de que gozaban los varones, hermanos,
primos o amigos contemporáneos.
La universalidad del tema de la envidia explica, desde mi
perspectiva, la fuerza de por qué un término como envidia del pene, usado por Freud solamente en muy pocas ocasiones,
adquiere relevancia no sólo en el mundo psicoanalítico sino que trasciende y
permea a toda la cultura donde el psicoanálisis llegó y, fue desarrollada en forma magna por algunos analistas y
otras corrientes de pensamiento, apoyados en el paradigma que ofrece una
sociedad androcéntrica, dando origen luego a un proceso de mitificación.
El mundo femenino era un espacio privado y cerrado, desconocido
para el varón. Me inclino a pensar, que ese desconocimiento fue el que llevó a
Freud a concluir que la mujer era una desposeída y por lo tanto envidiaba el
órgano del varón y no los atributos y privilegios que, en la sociedad, por el
sólo hecho de ser varón, le concedían.
Simone de Beauvoir, habiendo leído los distintos escritos
psicoanalíticos que sustentan esta teoría, en especial los de Helen Deutsch,
describió a la mujer,
tal como se la
percibía socialmente en aquel momento, no como el otro sexo, sino como
“el segundo sexo”, mutilada y carente de pene. Buenas razones tuvo para
hacerlo, pues ella tuvo un padre que se sentía defraudado porque ella no había
sido varón, explicitándoselo. La inteligencia de Simone la llevó a reflexionar
sobre estos hechos y a darse cuenta de las circunstancias en que vivían la gran
mayoría de las mujeres, reconociendo y destacando las
circunstancias de una sociedad androcéntrica y patriarcal contra la que luchó creando pensamientos independientes y propios.
Desde mi perspectiva, la mujer como tal, ni en el Siglo XIX, XX o
XXI, ha tenido envidia del pene. Tampoco creo que el hombre como tal tenga
envidia del útero. Hay momentos, sin embargo, que se puede tener envidia de
algo, pene, útero, pechos, contenidos maternos, etc., tal y como lo vemos en la
clínica, pero es de aquello que representan: el falo, la capacidad de
reproducción, la posibilidad de nutrir, el interior de la madre… casos éstos en
que deben ser incluidos dentro de una sintomatología pasajera o tal vez
patológica y no considerarlos como una condición básica y natural de la especie
humana.
Es frecuente, ver entre los niños y también entre los
adolescentes, cómo juegan a medir las dimensiones de su pene, el alcance del
chorro de su orina, a asombrarse, avergonzarse o envidiar, las características
de su miembro viril. En la vida adulta, esta envidia estará puesta, por
ejemplo, en el número de las mujeres que conquiste; la frecuencia de encuentros
sexuales puede para algunos llegar a ser también un motivo de envidia, tanto
entre heterosexuales como en homosexuales. En estos sentimientos envidiosos, lo
que está en juego no es el órgano genital en sí sino el valor representativo
que promueve autoestima y pena por sí mismo.
La primera situación que me propuse dirimir fue sobre aquello que
la cultura y el psicoanálisis dicen sobre la envidia, un sentimiento acerca de
algo considerado valioso que no se tolera que el otro lo tenga. Más allá de
latitud y longitud, en el mundo y en la historia, el problema de la envidia y
la necesidad del ser humano de protegerse de ella está siempre presente.
El deseo de poseer “lo que el otro tiene y
que yo considero valioso”, es una amenaza que pende de manera permanente sobre
los individuos y grupos sociales la que halla su contrapartida proyectiva en el
sentimiento siguiente: “tengo que protegerme porque puede haber algo valioso
que yo tenga, y que alguien más lo quiera y desee quitármelo”.
Los antropólogos conocen con claridad la
importancia que tiene en los pueblos la necesidad de generar amuletos,
talismanes o cualquier otro objeto consagrado a proteger el cuerpo que
encontramos tanto a lo largo de la historia como en el momento actual.
Protegerlos de la mirada, los aires, la envidia del otro, de “eso” que, sin ser
visible ni palpable, destruye. (Briseño, 2015).
Que la envidia existe, no hay duda alguna,
cada teoría la reconoce en distintos estratos, pero todos coincidimos en la
importancia de esta. Hace 100 años, discutirlo y estar en acuerdo o desacuerdo,
causó la salida de la IPA de analistas tan valiosas como Karen Horney. E. Jones,
no coincidió con las ideas de Freud sobre lo femenino, en particular la envidia
del pene, aunque no quedase fuera de la IPA, continuó siendo un tema de
desacuerdo con el maestro.
Cuando las mujeres, a pregunta expresa, responden que sí hubieran
preferido ser hombres, ¿Realmente quieren serlo? La experiencia clínica, los
trabajos sobre identidad sexual y de género nos confirman que no hay tal anhelo
generalizado. Hay, eso sí, una dinámica de envidia temprana (Segal, 1992), una
relación de dos donde el sujeto envidia algo, el pene-falo del objeto, porque
la mujer deseaba y desea ser reconocida en un valor social equivalente al del
varón.
Regreso a la “envidia del pene” y resulta mucho más claro el
momento en que Freud, siguiendo sus observaciones sobre la sexualidad infantil,
en el momento de la etapa fálica, no puede reconocer una legítima construcción
psíquica de la alteridad, lo que implica tanto al complejo de castración como
el de Edipo, momento éste en que el niño y la niña, empiezan a tomar conciencia
de su corporalidad, ya distinta y distante. Hay una fluidez entre los eventos y
las situaciones causa-efecto, saben que pueden ser lastimados y lastimar, temen
ser dañados, rechazados, despojados de las cosas valiosas como el amor de papá
y mamá, puestos narcisistamente en el cuerpo, como una continuidad que se
mantiene en una zona intermedia, transicional, que une. Temen al daño, a la
castración, a esa ruptura, pero aún no pueden categorizar lo que les sucede.
Freud, ante este momento de la castración en el niño y la niña,
para explicar el temor de la niña, el miedo y la culpa de haber perdido algo
muy valioso: el pene, algo que le dieron los padres pero que ella, por alguna
razón inexplicable, perdió. Nadie puede perder lo que nunca tuvo.
Desde mi perspectiva, aquí se produjo una distorsión en cuanto a
categorizar la diferencia, misma que fue consolidada culturalmente, se
convirtió en una punta de lanza que definió y determinó lo femenino, apoyada
por los valores androcéntricos, imposibilitados a aceptar simétricamente la
otredad, lo diferente, en este caso, a la mujer como sujeto distinto.
Si se habla de una sociedad falocéntrica, estamos dando
reconocimiento a la existencia de un sólo sujeto, el que tiene el falo, a
partir del cual se construye el otro sujeto, el que carece de falo. En nuestra
sociedad androcéntrica el falo es atribuido al varón, que da lugar al “niño-pene”
y no la “niña-vagina” quedando ésta, por tanto, constituida como objeto y no
como sujeto.
Adhiero a la mirada de Mabel Burin (2002) quien percibe el problema
desde la cultura, explicada desde el psicoanálisis: “Preferimos sostener la hipótesis
de un ordenamiento cultural que aún está, si es posible hacer un paralelo con
el desarrollo individual, fijado en la analidad secundaria (poseer, dominar,
esclavizar) y el falicismo (omnipotencia, brillo)”.La envidia desprecia, devalúa
los aspectos del otro; yo soy valioso, en tanto encuentro a alguien que es
menos valioso que yo.
Pero también ocurre que si una mujer se considera valiosa
necesitaría simular ser menos valiosa para ser aceptada por un varón que acepta
sin críticas la posición de “varón-falo” que le otorgan los valores de una
sociedad androcéntrica para no alterar el status vigente. Una mujer término
medio, “adocenada”, (término usado por López Ballesteros en su traducción de
las obras de Freud), “normal” entre comillas, es decir común y corriente, se
vería así en una situación básica que para ser aceptada tendría que ocupar el
lugar de la envidiosa, para otorgarle así a un varón, también “adocenado”, el
lugar de privilegio de ser él el envidiado por tener pene en una sociedad
androcéntrica en que el falo se le atribuye al varón. Pero mujer o varón, pareciera que no cubren los
cánones sociales o destacarse de ellos, convierten a la mujer o al varón en un
estigma, si soy valioso o valiosa,
necesito parecer menos valiosa para ser aceptada o aceptado, la mujer o el hombre, quienes, para no
despertar esta envidia, tiene que fingir, pretender ante el otro, que se es menos
(capaz, valioso, inteligente, hábil).
Desde otro punto de observación, cuando en un grupo se da que el
propio valor tiene que encarnarse a partir del desvalor del otro, ello da a
pensar que subyacentemente hay un conflicto de rivalidad excluyente ¿Eso
desvalorizado es a partir de no tener un pene, o de no tener un pene que no sea
lo “suficiente” de acuerdo con el estándar? Parece confundirse el símbolo con
lo simbolizado. El hecho de tener o no tener, puso en desequilibrio a los sexos
en vez de ocupar el lugar complementario que ambos ameritan. Ese desequilibrio
a su vez fue transformado y convertido en carencia, después en prejuicio, luego
en estigma y finalmente, en una mitificación de un hecho observable en ciertas
mujeres y hombres: la envidia de un pene, que se tradujo en un
desprecio/menosprecio entre lo masculino y lo femenino.
El problema que genera el desequilibrio apuntado es que en lo
femenino y lo masculino, deja de haber una colaboración donde uno de ambos debe
acabar sintiéndose devaluado, carente y ambos buscando no quedar abajo del otro sino
quedar arriba del otro, sin una posibilidad del encuentro, ganar mi propia
estima a partir de dejar al otro infraestimado o, frenar los propios logros
para que el otro no sienta su estima lastimada.
El objetivo del psicoanálisis es favorecer la comprensión del
individuo en su totalidad. Partir desde un prejuicio donde a la mujer le falta
algo vital que no tiene y envidia por ello al varón porque él sí lo tiene, y
que además desde su propia y genuina biología no necesita, es rechazar un
factor realístico, complementario y necesario para el varón que va mucho más
allá de la miopía que implica pensar que la mujer envidia un órgano que no
tiene y que, por otro lado, si lo tuviera ya no sería mujer. Esto genera un
desencuentro entre iguales, en equidad y colaboración.
Después de todo, en el encuentro sexual y amoroso, durante el
coito, ambos participan, colaboran con aquello que cada uno tiene para dar y
recibir.
Conocer las secuelas derivadas del concepto de la envidia del
pene, la fosilización de éste y las razones que le han impedido a la mujer
apropiarse de su cuerpo y su derecho a desear, dilucidar y determinarse, le
permitirán adueñarse del derecho a su mundo.
El día que una mujer pueda amar no con su debilidad sino con su fuerza,
no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse,
ese día el amor será para ella, como lo es para el varón,
fuente de vida y no un peligro mortal.
Mientras tanto, el amor representa en su forma más conmovedora,
una maldición sobre la mujer que en gran medida
se encuentra confinada en el universo femenino,
mujer mutilada, insuficiente aún para sí misma.
Simone de Beauvoir.
(Tomado de internet, la traducción y negritas son mías).
Bibliografía
- Benjamin, J. (1995, Yale) (2006, Argentina) Sujetos iguales, objetos de Amor. Paidós, Argentina (pág. 62)
- Burin, Mabel (1996). Psicoanálisis, estudios feministas y género. Psicoanálisis y género: 20 años después. Entre la esperanza y el desencanto. Jornadas de Actualización. Foro de Psicoanálisis y Género, Psiconet.com. Foros Temáticos Buenos Aires.
- Freud, S. (1905). Tres Ensayos de Teoría Sexual. Obras completas. Buenos Aires, Argentina. Amorrortu editores. Vol. VII (pp.109-224)
- Nemas, Clara (2015), La envidia y los celos. Ateneo del 7 de abril del 2015 en La Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires. Argentina
- Torok, Maria, La significación de la Envidia del Pene en la Mujer, en La sexualidad femenina, Chasseguet-Smirgel (1999). Asociación Psicoanalítica de Madrid.Biblioteca Nueva, España.
Descriptores: Envidia del pene, símbolo, falo, mito, cultura.
Resumen
En este
trabajo se cuestiona la vigencia del concepto Envidia del pene, reconociendo el
valor de Freud al observar un fenómeno que logró nombrar. Se describe como la
cultura androcéntrica, a lo largo del siglo XX, hace uso de este concepto para
mantener una situación de inequidad hacia la mujer, no a través del
psicoanálisis sino en el uso que se le dio en otras disciplinas y dentro de la
sociedad en general. La autora señala como este concepto se fosilizó hasta
llevarlo a una mitificación que permitió una sobrevalorización de este. Se
destaca también, como lo que aparece constantemente es la envidia y se
presentan varios ejemplos. También se menciona que el temor a la castración les va dando un saber de que pueden ser lastimados y lastimar,
temen ser dañados, rechazados, despojados de las cosas valiosas como el amor de
papá y mamá, puestos narcisistamente en el cuerpo, como una continuidad que se
mantiene en una zona intermedia, transicional, que une. Freud menciona que la
niña siente miedo y culpa por haber perdido el pene que sus padres le dieron,
pero nadie puede perder lo que nunca tuvo.
[1] Esta
presentación es una síntesis del trabajo para obtener el grado de Doctora en
Investigación Psicoanalítica, una investigación documental sobre lo que la
autora llama “LA MITIFICACIÓN DE LA ENVIDIA DEL PENE”.
[2] Miembro Titular con función didáctica de la
Sociedad Psicoanalítica de México (SPM)
Dra.
en Investigación Psicoanalítica.
Posdoctorado
en Estudios de Género.
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