Lo femenino frente a la denominada "Envidia del pene" - Alicia Briseño

TRABAJOS LIBRES




Lo femenino frente a la denominada “Envidia del pene”[1]



Alicia Briseño Mendoza[2]





El concepto “envidia del pene”, actualmente tan controvertido, lo menciona Freud en pocas ocasiones, pero es retomado a lo largo de décadas tanto en la literatura psicoanalítica y no psicoanalítica, se identifica y ha permanecido como una sombra de la supuesta misoginia del fundador del psicoanálisis, ¿Sigue acaso vigente?

Si bien en el momento histórico de la fundación del psicoanálisis existía una realidad cultural androcéntrica, misógina y maniquea, el psicoanálisis ha evolucionado en todos los aspectos. El concepto “envidia del pene” que Freud detectó y nombró, fue la cultura la que funcionó como un caldo de cultivo para desarrollar y mantener con una fuerza casi propia, este concepto que se convirtió en estigma para la mujer, además de mantenerse, ya no como algo vivo sino como algo fosilizado y mitificado.

Resulta temerario y atemorizante pensar que tal vez esta investigación me condujera a cuestionar ya no sólo la vigencia del concepto sino la validez misma sobre la que el psicoanálisis estaba asentado. Simultáneamente me preguntaba, si fuera cierta la reflexión anterior, ¿qué hacen tantas mujeres psicoanalistas, brillantes y talentosas, dentro de este mundo psicoanalítico androcéntrico y patriarcal, poblado por tanto de rigidez y cerrazón? Y los hombres psicoanalistas ¿eran todos, o la mayoría, representantes aún de ese mandato patriarcal que postulaba mandarnos y nosotras obedecer? Sobre todo, en México donde la expresión mande sería su representante.

Simultáneamente me quedaba claro que los analistas que yo conocía personalmente o por haberlos leído, en su mayoría estaban abiertas o abiertos a nuevos conceptos y que, probablemente yo estaba tomando la parte por el todo, pero desde mi vértice, “creer” en la actualidad en un concepto donde la mujer se impulsa para crecer sobre la base de envidiar un órgano masculino y que hacerlo la ponía –por el hecho en sí– no a buscar sus propios logros, sino al deseo o la envidia de la posesión de lo que tiene otro, me provocaba un enorme rechazo. Pero, precisamente como psicoanalista me preguntaba, ¿no estaría entonces confirmando con ese enfático rechazo mi propia envidia inconsciente del pene? O, tal vez, algo diferente y bueno: contribuyendo a desarrollar el psicoanálisis con mi pensamiento.

Quizá este concepto que había nacido a partir de una observación en la clínica no era tan vigente después de todo, tomando en cuenta que la cultura de principios del Siglo XX difiere de la cultura del Siglo XXI. Pero muchos otros conceptos, la mayoría de ellos, se han mantenido vigentes a lo largo de más de un siglo de existencia del psicoanálisis, ¿Qué había pasado con éste en particular? 

El resto de los conceptos teóricos del psicoanálisis y lo que ha ocurrido con ellos, no formarán parte de mis interrogantes en este trabajo, pero sí lo haré con el derrotero transitado por el concepto “envidia del pene”. Para ello me apoyé también en los mitos, tema de los que poseo sólidos conocimientos.

Ya que el mito no es la realidad, pero habla de ella aportándonos una comprensión simbólica de la misma, opté por fundamentar mi cuestionamiento a través de éste, pero no del mito vivo, sino de una forma diferente, ya que cuando el mito se congela o fosiliza se convierte en un hecho concreto, perdiendo su valor simbólico y metafórico. Sucede entonces que, un hecho, un concepto o una persona, se convierten en una mitificación, dado que, sobre estos, se coloca un rótulo sobre estimativo que los convierte en algo distinto de lo que eran en un principio.

El concepto “envidia del pene” que Freud observó en la clínica de principios del siglo XX, tiene que ser considerado desde una parte biológica y otra cultural. Desde lo biológico, las diferencias varón y mujer, son evidentes y podríamos incluso centrarlas para nuestra explicación, en algo externo, observable y quizá fue así como Freud llegó a algunas de sus conclusiones. Él señala, que el niño y la niña, se dan cuenta de las diferencias sexuales anatómicas a los 4 o 5 años, lo cual probablemente ocurría en su época, donde la convivencia entre los menores, que no iban al jardín de infantes y se regían por el pudor hogareño de entonces les impedía, siendo más pequeños, mirarse y/o tocarse, y habiéndolo hecho, reprimirlo. A esos 5 o 6 años, ahora sí se permitían ver y oficializar las diferencias.

En mi observación directa durante los 18 años de mi trabajo en el área educativa, con niños y niñas de entre 1 y 5 años, pude constatar que, si culturalmente las personas a cargo de su cuidado no hacen diferencias ni reprimen injustamente el trato entre los niños y las niñas, éstos tampoco reprimen y observan atentamente las diferencias físicas haciendo toda clase de pruebas y exploraciones. A los niños les resulta mucho más cómodo orinar sentados y las niñas “prueban” la posibilidad de hacerlo de pie, cosa que les resulta inadecuado e incómodo por lo que optan por continuar haciéndolo sentadas. Más adelante, sumados el aspecto biológico y el cultural, los niños aprenderán a orinar de pie.

Tanto el pene y los testículos, así como la vulva, la vagina y el clítoris, son identificados por observación directa y también manualmente. De hecho, desde muy pequeños, en las niñas y los niños observamos una autoexploración de todas las partes de su cuerpo, lo mismo al ser limpiados y bañados, percibiendo sensorialmente cada lugar, con las consecuentes sensaciones placenteras o displacenteras, más allá de que no tengan aún manera de ser categorizadas.

Si bien señalo este aspecto androcéntrico y biologicista de las afirmaciones de Freud, así como de algunos otros analistas, también es justo reconocer que fue Freud quien fue capaz de descubrir y evidenciar la existencia de una sexualidad infantil.

Para los judeocristianos, Adán es creado por Dios y para que no estuviera solo, es decir, en función de él, fue creada Eva desde una parte de su cuerpo: una costilla. Viven en un Paraíso, que pierden a causa de la serpiente y de Eva.

El recorrido histórico nos lleva a distintos ejemplos donde encontramos una constante respecto a la educación: el varón en general es quien debe ser instruido y educado, la mujer será educada para servir y dar cuidado y descanso al varón; en ocasiones y momentos excepcionales, encontramos mujeres que, a pesar de ello, se han podido destacar, tanto en la paz como en la guerra. A algunas de las que se destacaban, se las consideraba locas o brujas, poseídas por entidades que las hacían diferentes, como a Juana de Arco. Si alguna mujer deseaba tener experiencias diferentes a las instituidas tales como estudiar o trabajar fuera de su casa, generalmente lo lograba a través de un disfraz de varón, que debía conservar para toda la vida.

La otra posibilidad para poder tener acceso a libros y lecturas era hacerse monja, ilustrado esto en el dicho; “mujer que sabe latín, no tiene marido ni tiene un buen fin”, como escribiría Juana Inés de la Cruz.

La educación académica era por tanto sexista androcéntrica, y en ella eran aceptados los varones y descartadas las mujeres; los valores aprendidos contenían un paradigma patriarcal, rígido, con patrones valorativos: masculino-superior y femenino-inferior.

Es evidente que, en una sociedad de estas características, las mujeres sintieran envidia o celos ante los privilegios de que gozaban los varones, hermanos, primos o amigos contemporáneos. 

La universalidad del tema de la envidia explica, desde mi perspectiva, la fuerza de por qué un término como envidia del pene, usado por Freud solamente en muy pocas ocasiones, adquiere relevancia no sólo en el mundo psicoanalítico sino que trasciende y permea a toda la cultura donde el psicoanálisis llegó y, fue desarrollada en forma magna por algunos analistas y otras corrientes de pensamiento, apoyados en el paradigma que ofrece una sociedad androcéntrica, dando origen luego a un proceso de mitificación.

El mundo femenino era un espacio privado y cerrado, desconocido para el varón. Me inclino a pensar, que ese desconocimiento fue el que llevó a Freud a concluir que la mujer era una desposeída y por lo tanto envidiaba el órgano del varón y no los atributos y privilegios que, en la sociedad, por el sólo hecho de ser varón, le concedían.

Simone de Beauvoir, habiendo leído los distintos escritos psicoanalíticos que sustentan esta teoría, en especial los de Helen Deutsch, describió a la mujer, tal como se la percibía socialmente en aquel momento, no como el otro sexo, sino como “el segundo sexo”, mutilada y carente de pene. Buenas razones tuvo para hacerlo, pues ella tuvo un padre que se sentía defraudado porque ella no había sido varón, explicitándoselo. La inteligencia de Simone la llevó a reflexionar sobre estos hechos y a darse cuenta de las circunstancias en que vivían la gran mayoría de las mujeres, reconociendo y destacando las circunstancias de una sociedad androcéntrica y patriarcal contra la que luchó creando pensamientos independientes y propios.

Desde mi perspectiva, la mujer como tal, ni en el Siglo XIX, XX o XXI, ha tenido envidia del pene. Tampoco creo que el hombre como tal tenga envidia del útero. Hay momentos, sin embargo, que se puede tener envidia de algo, pene, útero, pechos, contenidos maternos, etc., tal y como lo vemos en la clínica, pero es de aquello que representan: el falo, la capacidad de reproducción, la posibilidad de nutrir, el interior de la madre… casos éstos en que deben ser incluidos dentro de una sintomatología pasajera o tal vez patológica y no considerarlos como una condición básica y natural de la especie humana.

Es frecuente, ver entre los niños y también entre los adolescentes, cómo juegan a medir las dimensiones de su pene, el alcance del chorro de su orina, a asombrarse, avergonzarse o envidiar, las características de su miembro viril. En la vida adulta, esta envidia estará puesta, por ejemplo, en el número de las mujeres que conquiste; la frecuencia de encuentros sexuales puede para algunos llegar a ser también un motivo de envidia, tanto entre heterosexuales como en homosexuales. En estos sentimientos envidiosos, lo que está en juego no es el órgano genital en sí sino el valor representativo que promueve autoestima y pena por sí mismo.

La primera situación que me propuse dirimir fue sobre aquello que la cultura y el psicoanálisis dicen sobre la envidia, un sentimiento acerca de algo considerado valioso que no se tolera que el otro lo tenga. Más allá de latitud y longitud, en el mundo y en la historia, el problema de la envidia y la necesidad del ser humano de protegerse de ella está siempre presente.

El deseo de poseer “lo que el otro tiene y que yo considero valioso”, es una amenaza que pende de manera permanente sobre los individuos y grupos sociales la que halla su contrapartida proyectiva en el sentimiento siguiente: “tengo que protegerme porque puede haber algo valioso que yo tenga, y que alguien más lo quiera y desee quitármelo”.

Los antropólogos conocen con claridad la importancia que tiene en los pueblos la necesidad de generar amuletos, talismanes o cualquier otro objeto consagrado a proteger el cuerpo que encontramos tanto a lo largo de la historia como en el momento actual. Protegerlos de la mirada, los aires, la envidia del otro, de “eso” que, sin ser visible ni palpable, destruye. (Briseño, 2015).

Que la envidia existe, no hay duda alguna, cada teoría la reconoce en distintos estratos, pero todos coincidimos en la importancia de esta. Hace 100 años, discutirlo y estar en acuerdo o desacuerdo, causó la salida de la IPA de analistas tan valiosas como Karen Horney. E. Jones, no coincidió con las ideas de Freud sobre lo femenino, en particular la envidia del pene, aunque no quedase fuera de la IPA, continuó siendo un tema de desacuerdo con el maestro.

Cuando las mujeres, a pregunta expresa, responden que hubieran preferido ser hombres, ¿Realmente quieren serlo? La experiencia clínica, los trabajos sobre identidad sexual y de género nos confirman que no hay tal anhelo generalizado. Hay, eso sí, una dinámica de envidia temprana (Segal, 1992), una relación de dos donde el sujeto envidia algo, el pene-falo del objeto, porque la mujer deseaba y desea ser reconocida en un valor social equivalente al del varón.

Regreso a la “envidia del pene” y resulta mucho más claro el momento en que Freud, siguiendo sus observaciones sobre la sexualidad infantil, en el momento de la etapa fálica, no puede reconocer una legítima construcción psíquica de la alteridad, lo que implica tanto al complejo de castración como el de Edipo, momento éste en que el niño y la niña, empiezan a tomar conciencia de su corporalidad, ya distinta y distante. Hay una fluidez entre los eventos y las situaciones causa-efecto, saben que pueden ser lastimados y lastimar, temen ser dañados, rechazados, despojados de las cosas valiosas como el amor de papá y mamá, puestos narcisistamente en el cuerpo, como una continuidad que se mantiene en una zona intermedia, transicional, que une. Temen al daño, a la castración, a esa ruptura, pero aún no pueden categorizar lo que les sucede.

Freud, ante este momento de la castración en el niño y la niña, para explicar el temor de la niña, el miedo y la culpa de haber perdido algo muy valioso: el pene, algo que le dieron los padres pero que ella, por alguna razón inexplicable, perdió. Nadie puede perder lo que nunca tuvo.

Desde mi perspectiva, aquí se produjo una distorsión en cuanto a categorizar la diferencia, misma que fue consolidada culturalmente, se convirtió en una punta de lanza que definió y determinó lo femenino, apoyada por los valores androcéntricos, imposibilitados a aceptar simétricamente la otredad, lo diferente, en este caso, a la mujer como sujeto distinto.

Si se habla de una sociedad falocéntrica, estamos dando reconocimiento a la existencia de un sólo sujeto, el que tiene el falo, a partir del cual se construye el otro sujeto, el que carece de falo. En nuestra sociedad androcéntrica el falo es atribuido al varón, que da lugar al “niño-pene” y no la “niña-vagina” quedando ésta, por tanto, constituida como objeto y no como sujeto.

Adhiero a la mirada de Mabel Burin (2002) quien percibe el problema desde la cultura, explicada desde el psicoanálisis: “Preferimos sostener la hipótesis de un ordenamiento cultural que aún está, si es posible hacer un paralelo con el desarrollo individual, fijado en la analidad secundaria (poseer, dominar, esclavizar) y el falicismo (omnipotencia, brillo)”.La envidia desprecia, devalúa los aspectos del otro; yo soy valioso, en tanto encuentro a alguien que es menos valioso que yo. 

Pero también ocurre que si una mujer se considera valiosa necesitaría simular ser menos valiosa para ser aceptada por un varón que acepta sin críticas la posición de “varón-falo” que le otorgan los valores de una sociedad androcéntrica para no alterar el status vigente. Una mujer término medio, “adocenada”, (término usado por López Ballesteros en su traducción de las obras de Freud), “normal” entre comillas, es decir común y corriente, se vería así en una situación básica que para ser aceptada tendría que ocupar el lugar de la envidiosa, para otorgarle así a un varón, también “adocenado”, el lugar de privilegio de ser él el envidiado por tener pene en una sociedad androcéntrica en que el falo se le atribuye al varón. Pero mujer o varón, pareciera que no cubren los cánones sociales o destacarse de ellos, convierten a la mujer o al varón en un estigma, si soy valioso o valiosa, necesito parecer menos valiosa para ser aceptada o aceptado, la mujer o el hombre, quienes, para no despertar esta envidia, tiene que fingir, pretender ante el otro, que se es menos (capaz, valioso, inteligente, hábil).

Desde otro punto de observación, cuando en un grupo se da que el propio valor tiene que encarnarse a partir del desvalor del otro, ello da a pensar que subyacentemente hay un conflicto de rivalidad excluyente ¿Eso desvalorizado es a partir de no tener un pene, o de no tener un pene que no sea lo “suficiente” de acuerdo con el estándar? Parece confundirse el símbolo con lo simbolizado. El hecho de tener o no tener, puso en desequilibrio a los sexos en vez de ocupar el lugar complementario que ambos ameritan. Ese desequilibrio a su vez fue transformado y convertido en carencia, después en prejuicio, luego en estigma y finalmente, en una mitificación de un hecho observable en ciertas mujeres y hombres: la envidia de un pene, que se tradujo en un desprecio/menosprecio entre lo masculino y lo femenino. 

El problema que genera el desequilibrio apuntado es que en lo femenino y lo masculino, deja de haber una colaboración donde uno de ambos debe acabar sintiéndose devaluado, carente y ambos buscando no quedar abajo del otro sino quedar arriba del otro, sin una posibilidad del encuentro, ganar mi propia estima a partir de dejar al otro infraestimado o, frenar los propios logros para que el otro no sienta su estima lastimada.

El objetivo del psicoanálisis es favorecer la comprensión del individuo en su totalidad. Partir desde un prejuicio donde a la mujer le falta algo vital que no tiene y envidia por ello al varón porque él sí lo tiene, y que además desde su propia y genuina biología no necesita, es rechazar un factor realístico, complementario y necesario para el varón que va mucho más allá de la miopía que implica pensar que la mujer envidia un órgano que no tiene y que, por otro lado, si lo tuviera ya no sería mujer. Esto genera un desencuentro entre iguales, en equidad y colaboración.

Después de todo, en el encuentro sexual y amoroso, durante el coito, ambos participan, colaboran con aquello que cada uno tiene para dar y recibir.

Conocer las secuelas derivadas del concepto de la envidia del pene, la fosilización de éste y las razones que le han impedido a la mujer apropiarse de su cuerpo y su derecho a desear, dilucidar y determinarse, le permitirán adueñarse del derecho a su mundo.

El día que una mujer pueda amar no con su debilidad sino con su fuerza, 
no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, 
ese día el amor será para ella, como lo es para el varón, 
fuente de vida y no un peligro mortal.
Mientras tanto, el amor representa en su forma más conmovedora, 
una maldición sobre la mujer que en gran medida 
se encuentra confinada en el universo femenino, 
mujer mutilada, insuficiente aún para sí misma. 

Simone de Beauvoir.
(Tomado de internet, la traducción y negritas son mías). 






Bibliografía

  • Benjamin, J. (1995, Yale) (2006, Argentina) Sujetos iguales, objetos de Amor. Paidós, Argentina (pág. 62)
  • Burin, Mabel (1996).   Psicoanálisis, estudios feministas y género. Psicoanálisis y género: 20 años después. Entre la esperanza y el desencanto. Jornadas de Actualización. Foro de Psicoanálisis y Género, Psiconet.com. Foros Temáticos Buenos Aires.
  • Freud, S. (1905). Tres Ensayos de Teoría Sexual. Obras completas. Buenos Aires, Argentina. Amorrortu editores. Vol. VII (pp.109-224)
  • Nemas, Clara (2015), La envidia y los celos. Ateneo del 7 de abril del 2015 en La Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires. Argentina
  • Torok, Maria, La significación de la Envidia del Pene en la Mujer, en La sexualidad femenina, Chasseguet-Smirgel (1999). Asociación Psicoanalítica de Madrid.Biblioteca Nueva, España. 




Descriptores: Envidia del pene, símbolo, falo, mito, cultura.



Resumen


En este trabajo se cuestiona la vigencia del concepto Envidia del pene, reconociendo el valor de Freud al observar un fenómeno que logró nombrar. Se describe como la cultura androcéntrica, a lo largo del siglo XX, hace uso de este concepto para mantener una situación de inequidad hacia la mujer, no a través del psicoanálisis sino en el uso que se le dio en otras disciplinas y dentro de la sociedad en general. La autora señala como este concepto se fosilizó hasta llevarlo a una mitificación que permitió una sobrevalorización de este. Se destaca también, como lo que aparece constantemente es la envidia y se presentan varios ejemplos. También se menciona que el temor a la castración les va dando un saber de que pueden ser lastimados y lastimar, temen ser dañados, rechazados, despojados de las cosas valiosas como el amor de papá y mamá, puestos narcisistamente en el cuerpo, como una continuidad que se mantiene en una zona intermedia, transicional, que une. Freud menciona que la niña siente miedo y culpa por haber perdido el pene que sus padres le dieron, pero nadie puede perder lo que nunca tuvo.
    





[1] Esta presentación es una síntesis del trabajo para obtener el grado de Doctora en Investigación Psicoanalítica, una investigación documental sobre lo que la autora llama “LA MITIFICACIÓN DE LA ENVIDIA DEL PENE”.
[2]  Miembro Titular con función didáctica de la Sociedad Psicoanalítica de México (SPM)
Dra. en Investigación Psicoanalítica.
Posdoctorado en Estudios de Género.

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